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El ciclismo colombiano, eclipsado por el ascenso de los escaladores mexicanos y ecuatorianos

Alguna vez aclamados por su inquebrantable destreza en la montaña, los ciclistas colombianos enfrentan hoy una intensa presión de las nuevas estrellas emergentes de México y Ecuador. Una nueva generación de corredores está reconfigurando la hegemonía latinoamericana, desafiando una era que parecía ser propiedad exclusiva de la tradición escaladora de Colombia.

Una transición más allá del legado de Herrera

Pregúntele a cualquier aficionado veterano por el origen del mito ciclista colombiano, y tres nombres saldrán a relucir: Lucho Herrera, Fabio Parra y Alfonso Flórez. Sus incursiones por los altos pasos europeos a finales de los años 80 convirtieron la palabra escarabajo en sinónimo de hombres de montaña intrépidos. La victoria de Herrera en la Vuelta a España de 1987 —analizada en la Revista de Estudios Andinos del Deporte— cimentó el mito: los colombianos no solo subían; levitaban. Durante tres décadas, el guion apenas cambió: cuando las pendientes superaban los dos dígitos, aparecía un colombiano, cabeceando, pedaleando con furia, y los rivales se descolgaban.

Pero los años 2020 están escribiendo un nuevo capítulo. El Giro de Italia de esta primavera fue una sacudida: el mejor colombiano, Egan Bernal, cruzó la meta final en séptimo lugar. Dos puestos detrás llegó Einer Rubio. Delante, portando la maglia rosa durante diez electrizantes días, estaba el mexicano de 21 años Isaac del Toro. Y en el podio final, el ecuatoriano Richard Carapaz —ya campeón del Giro en 2019— volvía a ocupar su lugar. De pronto, la vieja certeza de que el entrenamiento en altura y la genética andina colombiana dominarían todas las cumbres parece frágil. Y el pelotón lo sabe.

México y Ecuador ganan impulso

Durante mucho tiempo, el ciclismo mexicano fue poco más que una nota al pie frente a la obsesión nacional por el fútbol. Pero una silenciosa revolución ha germinado en las cuestas cercanas a Toluca y en los laboratorios aerodinámicos de Monterrey. Del Toro, pulido por el programa de altura de la CONADE, encarna este híbrido moderno: parte corredor de montaña tradicional, parte proyecto basado en datos. Sus ataques en el Giro fueron ejecutados con precisión de potenciómetro, destrozando favoritos en Blockhaus y Monte Pana. Analistas de Estudios Latinoamericanos de Ciclismo destacan que las federaciones mexicanas han duplicado el financiamiento a niveles juveniles desde 2018, canalizando talentos a equipos de desarrollo europeos más temprano que lo hicieron los colombianos.

Más al sur, el ascenso de Ecuador es aún más vertiginoso. Carapaz creció cultivando papas a 3.000 metros en Carchi; hoy lidera una cantera que incluye a Jhonatan Narváez y Jefferson Cepeda. El respaldo corporativo de conglomerados mineros y una alianza con la Universidad de las Fuerzas Armadas permiten que los ciclistas ecuatorianos alternen entre pasos andinos y cámaras de simulación de altura en Quito. Los frutos son evidentes: en carreras WorldTour de una semana, los ecuatorianos lograron ocho top-10 en etapas de montaña la temporada pasada, casi el doble que los colombianos (Observatorio del Deporte Andino).

El nuevo rostro del ciclismo colombiano

Nada de esto significa que Colombia se esté apagando en silencio. La recuperación de Bernal tras su pesadilla de accidente en 2022 aún parece de ficción; su séptimo lugar en el Giro demuestra que el fuego sigue ardiendo. Rubio muestra destellos del temple pajarraco de antaño, y Nairo Quintana, aunque canoso, aún sabe olfatear el viento en una llegada en alto como pocos. Pero Colombia ya no tiene margen de error: la aura de inevitabilidad se desvaneció.

¿A qué se debe el tropiezo? Los entrenadores culpan a la nivelación global. Lo que antes era exclusivo de Boyacá hoy puede replicarse en carpas de altura desde Girona hasta Aguascalientes. Científicos deportivos de la Cátedra de Deporte Latinoamericano argumentan que la federación colombiana se durmió en los laureles del legado, invirtiendo poco en la carrera armamentista de los datos. Al mismo tiempo, los equipos locales perdieron patrocinadores con la caída del precio del café y el golpe económico de la pandemia. Los jóvenes colombianos cada vez más buscan contratos en Europa por su cuenta, dejando de lado los programas nacionales cohesionados que formaron a Herrera y Quintana. El resultado: el talento se dispersa, las rutas de desarrollo se deshilachan y el factor miedo en el pelotón se evapora.

Hacia un futuro fragmentado

El calendario ofrece un banco de pruebas inmediato: el Critérium du Dauphiné en junio y el Tour de Francia en julio. Del Toro planea afinar su estrategia de ritmos; Carapaz apunta al amarillo. Los fanáticos colombianos esperan que el Col de la Madeleine, con su brutal pendiente, resucite viejas jerarquías, pero las casas de apuestas colocan a mexicanos y ecuatorianos por encima de cualquier colombiano para el maillot de lunares del Tour. Si esa profecía se cumple, el equilibrio interno del ciclismo latinoamericano se inclinará en formas impensables hace una década.

Los historiadores nos recuerdan que los ciclos de dominio van y vienen. En los 2000, los italianos cedieron la maestría en montaña a los españoles, y ahora España observa a Eslovenia. Colombia puede renacer, pero solo —advierten los estudiosos— si reinicia sus academias de base y abraza el zeitgeist de la ciencia del rendimiento. La petrolera Ecopetrol ha insinuado la creación de un “super-equipo” nacional para 2026; si se concreta, podría consolidar prospectos emergentes y reavivar el mito del escarabajo.

Por ahora, la casta de los escaladores parece deliciosamente inestable. A sus 21 años, Isaac del Toro sube con la alegría temeraria que alguna vez caracterizó al joven Bernal. Carapaz, con 31, escala como un ajedrecista, disimulando el dolor tras las gafas hasta soltar un latigazo que rompe el grupo. Los veteranos colombianos siguen siendo peligrosos, pero ahora deben enfrentar rivales forjados en cumbres similares y armados con mejores datos.

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Quienes vieron el podio del Giro atestiguaron un traspaso simbólico de antorcha: América Latina aún reina en la montaña, pero el monopolio se rompió. Si Colombia recupera su trono en las cumbres o aprende a compartir la vista, será lo que defina las grandes vueltas de los próximos años. Una verdad perdura entre las banderas cambiantes en los Alpes: la altitud premia a quienes se adaptan, y los Andes —desde Boyacá hasta Carchi y el Nevado de Toluca— siguen forjando piernas capaces de reescribir el mapa del ciclismo.

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